En un bosque exuberante, exótico, alucinado, cuatro performers, que repre- sentan a seres andróginos, llevan atadas a modo de máscaras antigás la obra Trilogía de bocas (una boca humana de la que sale un hocico de chancho del que cuelga un cogote de pollo), una escultura que Nicola Costantino realizó en 1997.
Con regaderas, los seres andróginos llenan con brebajes verdosos flo- res de cristal que son copas. Uno puede tomar sopas frías de palta con leche de coco, de yogurt y menta o de pepinos, albaca y limón, en esas copas con tallos largos como juncos. Entre esculturas de orquídeas gigantes, un árbol en 3D ofrece frutos de cristal soplado rellenos con gazpacho.
Con barroquismo inigualable, Costantino logró subvertir el protocolo. El acto de comer, un ritual compartido y reglado —desde la forma de cocción de los alimentos, la presentación y el orden en el que se sirven hasta el modo en que deben tomarse los utensilios—, aquí deviene experiencia singular. Con alimentos con formas y diseños orgánicos (hongos, flores, frutos, huevos, pimientos de piquillo con forma de lenguas, entre otros), el banquete de Costantino es una experiencia gastronómica y artística inolvidable para los comensales. La pantagruélica cena tiene como elemento central la fuente de la vida de El jardín de las delicias de El Bosco, un símbolo clave en la obra de Costantino (que incluyó también en la instalación El verdadero jardín nunca es verde, en la galería Barro, en 2016). “Si bien la gastronomía evolucionó, la raíz es muy conservadora, incluso la de los mejores chefs. Siempre te sentás a la mesa con cuchillo, cuchara y tenedor. A mí me interesaba dinamitar todo eso: hacer de la experiencia gastronómica algo descontracturado, desestabi- lizante, que lleve a romper algunas convenciones”, cuenta Costantino en diá- logo con Hoornik.
Bajo esa premisa, y con ingredientes que se venden en cualquier repostería en Argentina, Costantino convirtió sus creaciones gastronómicas en arte efímero hipnótico. Con rigurosidad en las proporciones y temperaturas, tras investigar durante mucho tiempo características físico – químicas, sabores y tonalida- des de los ingredientes, logró hacer postres con tramas psicodélicas. “Pueden salir formas inesperadas: responden a un orden que no manejo totalmente y eso es lo que me gusta”, cuenta la artista.