El Orden Implicado 2017

Diego Gravinese

Agarrar el instante

En un atril descansa la última obra de Diego Gravinese. Aunque está completamente terminada, el artista decidió dejarla ahí. Parece madurando bajo el peso de los días, esperando algo que aún no se ha revelado. Desnuda, de perfil, de rodillas, una mujer se inclina sobre un hongo dorado y lo observa.

Hay curiosidad en el gesto y complicidad en la postura. Son los únicos habitantes de una roca que flota en un espacio estrellado y oscuro. La escena se repite, se duplica en un segundo plano, como si la mujer se proyectara sobre sí misma, como si el universo develara su doble cuántico, como si rebotara en los ojos de un espectador alucinado.

 

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El Jardín de lo inefable 2017

Entrar en el universo de Diego Gravinese implica hacer un paréntesis. Bajar muchas revoluciones y aventurarse a caer en su campo gravitacional, perder la urgencia, saltar voluntariamente hacia un espacio-tiempo que difícilmente pueda traducirse en palabras.

El uso de la figuración en las obras de Gravinese es engañoso: reconocer las imágenes no implica haber traspasado el velo. Para eso falta. Para eso es necesario saber mirar, agarrar el instante.

Diego Gravinese
Diego Gravinese en su taller. Pintando Kali. 2018.

¿Cómo llegaste a la pintura?

Diego Gravinese: Siempre pinté y dibujé, es algo innato. Los primeros recuerdos que tengo son también recuerdos vinculados a dibujar y al color. También de chico descubrí que podía copiar muy bien. Cuando tenía 4 años copié una calavera para llevar al jardín de infantes y cuando lo vió la maestra me dijo:

“Esto no lo hiciste vos”. Me indigné tanto que agarré una hoja en blanco y volví a dibujarla. Entonces llamó a la directora y se armó todo un revuelo alrededor.

Para mí era algo natural y aunque estaba claro que era lo que más me gustaba hacer no tuve una noción de que lo que era ser artista hasta los 18. Fui a varios talleres y cuando terminé el secundario me anoté en Bellas Artes. La formación académica me aburrió muchísimo, pero descubrí que algo que dijeron el primer día era así 100%, “Ustedes son o no son artistas, nosotros no hacemos artistas, como mucho les vamos a dar herramientas para que puedan usarlas”.

En segundo año nos hicimos muy amigos con Leandro Erlich y después de unos meses decidimos abandonar la escuela juntos. Fue él quién me presentó a su profesora de pintura Ana Eckel y ella se convirtió en mi primer gran maestra.

Tuvo en mí una influencia enorme. Vió lo que yo podía hacer y me dijo:

“Lo que sabés hacer está muy bien, pero ahora no sombrees..; ahora cerrá los ojos y dibujá con cinco lápices juntos; …ahora mirá por la ventana y hacé 10 versiones de lo que viste en 3 minutos”. Fue como un maestro zen. Todos esos ejercicios apuntaban a romper mis estructuras y mis prejuicios, y algo adentro mío se liberó. Me animé y compré telas enormes, dejé el óleo y pasé al acrílico porque se secaba rápido y en un verano pinté 40 cuadros grandes.

Ese evento disparó todo muy rápidamente: empecé a caminar por el mundo del arte, conocí otros artistas, y a los galeristas. Ruth benzacar me llamó porque quería ver mis obras en mi taller y como tenía unas primeras pinturas colgadas en Harrod’s también me ofrecieron venderlas a través de ellos. Fue todo rápido e inesperado, porque hasta que terminé el colegio no sabía a qué me iba a dedicar. En esa época estaba la escuela Belgrano; los chicos que iban ahí ya en el secundario tenían una idea de lo que era ser artista y entendían de qué se trataba. Recuerdo que a los 18 fui a ver una muestra de Pombo y Harte en el Recoleta y me encantó. Nada de eso había en Bellas Artes y me di cuenta que había cosas que simplemente no se pueden enseñar. Había algo que era el mundo de los artistas, entonces decidí exponerme a ese ambiente, a esa energía y también a darle a Benzacar mis primeras pinturas.

Aunque te interesó la movida del arte conceptual, nunca saliste de la pintura,

¿Por qué?

Diego Gravinese: Quizás la influencia más fuerte que tuvo todo esa época en mi pintura fue que la tomé más conceptualmente; hasta ahí yo estaba interesado en las luces y las sombras, en el aspecto plástico. Pero primero conocí

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Aldebarán 180 x 140 2015.

a Ana que soltó mis ideas de lo que un cuadro debía ser, y también empecé a estudiar filosofía y posmodernismo con Charly Espartaco y de a poco entendí que algo pasaba con el lenguaje que era muy interesante, me di cuenta que nuestro principal problema era lingü.stico. En ese proceso empezaron a aparecer cuadros dentro de cuadros, mezcla de partes abstractas con partes realistas o fotorrealistas. Al principio mi pintura con Ana era expresionista, pero empecé a incorporar situaciones fotográficas que me daba mucho placer pintar, aunque en ese momento no les quería dar prioridad porque la pintura figurativa en los ´90 no estaba bien vista. En su versión más expresionista, la figuración había tenido su auge en los 70 , y siguió en los ´80 con el neo expresionismo de los italianos y los alemanes, y acá quizá el nexo fue Guillermo

Kuitca. La beca Kuitca fue como un link entre generaciones.

¿No aplicaste para participar de esa beca?

Diego Gravinese: La verdad que no. Siempre fui bastante outsider del mundo del arte. Y admito que lo soy un poco del mundo en general. Me veo a mí mismo como decía Joseph Campbell, que se consideraba a sí mismo un maverick, un llanero solitario, alguien que iba haciendo su propio camino en la cultura a través de la mitología y los arquetipos. Me considero a mí mismo así, alguien solitario por elección. Porque hay cosas que solo se pueden descubrir en soledad, aunque en algún punto a veces la he lamentado también. Quizás justamente por esa propensión a la soledad me hubiera hecho bien apuntarme

a becas o clínicas de arte. No lo sé.

¿Lo harías distinto si tuvieras que volver a tomar una decisión?

Diego Gravinese: No sé, ya no reniego, creo que donde mejor me expreso es en solitario. Luego de haber estado muy adentro en el mundo del arte en los´90, finalmente me abrí. Sentía que estaba cumpliendo con exigencias que no tenían que ver conmigo; y la verdad yo quería pintar y ser feliz pintando, las demandas del mundo del arte que son como requisitos laborales y obligaciones no me interesan. Mirando el mundo del arte a veces siento que algo se perdió en el camino. Quizás me estoy poniendo viejo y nostálgico, no lo sé, pero tengo la sensación de que antes todo era un poco más misterioso. Ahora todos quieren ser artistas y tienen el manual de cómo serlo; hay instituciones donde aprendés la profesión de ser artista. Eso para mí es un poco raro. Hoy en día se les pide a los artistas que hablen, que tengan títulos, que sean teóricos. Está todo un poco aséptico para mi gusto. O pasa que te encontrás un artista que hace unas demencias geniales, pero las expone en una Bienal donde todo está tan pulido y es todo tan funcional al sistema, que pierde poder subversivo, y al final resulta inocuo en la contradicción. Claro que el arte es el arte y el mundo del arte es otra cosa, el arte sigue vivo y es una fuerza que siempre va a querer manifestarse, como sea, gracias al universo y los artistas por eso!

Pero esto pasa en casi todos los ámbitos, ¿O no? Existe un mecanismo que trabaja para neutralizar, asimilar lo disruptivo y volverlo símbolo de estatus.

Diego Gravinese: Para mí acá está la diferencia entre lo que se vuelve político -o en términos filosóficos- existencial, y lo que es en realidad trascendente, metafísico e inmanente. Un sistema tiene que evolucionar porque no puede quedar eternamente igual, tiene que asimilar la diferencia; desde esta perspectiva, supongo que algo de esto tenía que pasar. Una de las funciones más extraordinarias del arte es su poder para revelar lo que está oculto, para decir lo indecible, tal la tarea de la poesía. El problema de lo políticamente correcto, lo institucionalizado e incorporado al sistema, es que pierde su poder para despertar. Se vuelve objeto de de consumo, símbolo de status cultural, y al ser asimilado pierde su valor transformador. Me gusta el poder subversivo del arte, que no tiene porque ser un poco de caca sobre una mesa necesariamente, puede ser una pintura muy hermosa que te mueva el alma por un momento.

Con tu obra, por el contrario, elegiste siempre transitar un camino distinto.

Diego Gravinese: Mi camino personal hoy en día es tratar de no pensar tanto lo que quiero pintar, así que estoy volviendo a algo original en mí, pinto lo que me da ganas y trato de no juzgarlo desde un lugar analítico, lingü.stico, o político. Confío en la belleza y en las imágenes del inconsciente y dejo que esa parte sensible aflore. Creo que hoy necesitamos eso también en lo colectivo.

Nos está faltando conectar con ese lugar arquetípico más profundo, transformador.

Mi mayor interés es encontrar la manera de transmitir la idea obvia, pero fácilmente pasada por alto, de que flotamos en gracia. De que todo esto que llamamos existencia es pura magia. No somos muy conscientes de esto la mayor parte del tiempo, si es que alguna vez lo somos. Confío en que pintando lo que más me gusta algo de esto atravesará la obra y quizá con suerte llegue a alguien más. Algunos artistas lo lograron con una sensibilidad sublime, pienso en Rothko por ejemplo. Una de las genialidades que decía Duchamp era que no hay solución, porque no hay problema. Creo que es cierto, pero para entender que no hay problema hay que mirar la realidad desde otra perspectiva, y no tenemos una educación que nos permita ponernos por encima del modelo, o mejor dicho , que nos enseñe quiénes somos. El arte puede ser un grito de angustia, pero también puede ser un vehículo para la transformación.

Ver una obra que te conmueva y eleve, esa es mi fe aún en el arte.

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[26] Taxonomía de la ilusión 180 x 140 2017.

Tal vez el espacio desde donde vemos arte hoy tampoco ayuda a crear esa conexión y aceptamos el contexto snob porque huimos de lo que nos conmueve.

Diego Gravinese: Totalmente de acuerdo, el cubo blanco de las galerías a veces no ayuda. Aunque hay artistas trabajando en transformar el espacio en un lugar metafísico. James Turrel con sus instalaciones lumínicas, por ejemplo.

Existen artistas haciendo esto, consciente y a veces inconscientemente, porque el arte – y me refiero a la música, la pintura, la literatura, el cine – es el único lugar de la cultura donde existe ese lugar conmovedor y transformador.

Hay artistas que te envuelven en sus instalaciones y te permiten cambiar el punto de encaje con la realidad, pienso en obras tan disímiles como las de

Leandro Erlich, Olafur Eliasson o Diego Bianchi. Algo que entendí es que el arte conceptual trabaja sobre el lenguaje, sutilizando la palabra, algo muy necesario, aunque también sucede que el lenguaje conceptual contemporáneo no siempre es traducible para cualquiera.

De todos modos, aunque pueda ser un proceso un poco lento, se está superando el modelo racionalista.

Diego Gravinese: Sí, hay una vuelta del pensamiento mágico, muy saludable por cierto. Yo creo que nuestro camino es un péndulo: de la misma manera que para caminar damos un paso levemente para cada lado, como yendo para los dos lados , pero al final vas hacia adelante, yo siento que eso pasa en general.

Todo va primero a la izquierda, luego a la derecha, y asi se avanza, un poco sorteando los extremos. Hubo un exceso de racionalidad hace un par de décadas y eventualmente eso pide su contrario. Para el arte esto es buenas noticias.

¿En qué proceso de tu obra estás hoy?

Diego Gravinese: Con mis últimas pinturas dejé que surgiera mi amor por las pinturas barrocas. Quería ver qué pasaba con esos cielos, y esos colores, ver si eso que parecía trillado podía conmoverme aún hoy en día. Me propuse producir pensando en cómo recuperar eso sin caer en cliches, o incorporando los cliches, y ver qué pasa. Me estoy dando esos permisos, haciendo pie en las cosas que realmente me movilizan del mundo cotidiano. En medio de un día horrible, donde todo estuvo mal, salgo a la calle, veo unas nubes increíbles

y algo dentro mío cambia, me transporta, me saca de mí mismo, o lo mismo cuando miro con el telescopio, me da una dimensión cósmica de donde estoy parado. Igual siento que toda esta búsqueda personal en realidad no se trata de mí, no es entender quién es Diego, sino eso que me habita y que es común a todos, y su relación con lo que me rodea. En estos últimos años entendí que todo es una ilusión, una palabra controversial porque parecería triviliazar la existencia tan dolorosa que llevamos. Pero creo que es una maravillosa ilusión, como un gran sueño en el que cada uno de nosotros es EL soñador.

¿La teoría del soñador que sueña a todos los demás?

Diego Gravinese: Claro, como en Twin Peaks cuando aparece Mónica Bellucci de la nada a contarle a David Lynch en un sueño: “Vos sos el soñador, todos somos el soñador”. Me encanta Lynch, él sabe de qué se trata todo esto. Mi motor es parecido al de él: sabemos que estamos dentro de un sueño, pero

¿Cómo hacemos para hablar del sueño, para contar el sueño? Si logro que por un segundo alguien viendo una pintura mía pueda pasar del otro lado de sus pensamientos, entrar en un paisaje distinto, olvidarse de sí mismo y sentir que es parte de un todo infinito, habré logrado mi objetivo. Por eso me gusta mirar el Cosmos, ahí no hay definiciones, sólo preguntas que no piden respuestas. Las definiciones nos atrapan, estamos atrapados por las palabras, y las palabras son solo símbolos, que confundimos fácilmente con la realidad. Por eso nuestra cultura está alienada, porque ha perdido su conexión con lo que hay más allá. Mi idea metafísica es que cada uno de nosotros es una encarnación particular del Todo, que el universo es simplemente el yo extendido. Me pregunto si habrá una forma de arte que pueda comunicar esto. Esa es mi búsqueda.

¿Cómo tradujiste todo tu estudio sobre lo metafísico y espiritual en las pinturas?

Diego Gravinese: Mi forma de traducirlo es a través del amor. La mayoría de mis últimas pinturas fueron inspiradas por mujeres de las que estuve enamorado.

La musa inspiradora, para bien o para mal, es un lugar común que siempre estuvo en mí, evidentemente soy un romántico. Por otro lado en estos últimos años aparecieron otras maestras en mi vida, la plantas sagradas. Ellas abrieron mi percepción hacia nuevas realidades que antes intuía, pero que ahora sé por experiencia que existen. Esas experiencias me ayudaron a entender que yo no era sólo este ego que vive, ama y sufre, me permitieron ver que todo está absolutamente conectado, y que la división entre las cosas es puramente

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The Age of Reason 180 x 140 2016.

puramente ilusoria. Algunos llaman a estas experiencias espirituales, a falta de otra forma de describirlas. Yo creo que las plantas maestras trabajan sobre lo más importante que nos constituye como humanos, que es el miedo a la muerte.

En tus últimas obras, más allá del hiperrealismo, aparece también lo simbólico y el surrealismo como recurso narrativo. ¿Cómo fue esa transformación?

Diego Gravinese: Con las obras de los últimos años se me suele catalogar de hiperrealista, pero no me gusta el hiperrealismo como etiqueta, primero porque para mí aplica específicamente al hiperrealismo de los ´60 y ´70 , que surgió como respuesta al expresionismo abstracto americano, una contestación muy necesaria, de pintores que tenían una intención conceptual y una capacidad artesanal increíble. Un movimiento de otra época, ya que hoy en día todo puede ser arte. Por otro lado bajo el término hiperrealismo se asocia a toda pintura que reproduzca más o menos fielmente una foto, y seamos honestos, la mayoría de esos ejercicios dan resultados atroces y estériles.

Para mí el hiperrealismo, en todo caso, es una herrameinta más, una capa más de color. Y sí, como decís, hoy estoy en una etapa más surrealista si se quiere.

Lo que hago es tratar de traducir todas estas experiencias que fui viviendo, esta nueva percepción que fui adquiriendo sobre la realidad que nos rodea y darle la forma de los sueños, donde todo es posible y creíble. Me gusta contar este sueño real. Pero cuando recreo pictóricamente situaciones que provienen de mi vida cotidiana como si fueran sueños, no me interesa hablar de mí, la intención no es autobiográfica, sino que trato de mostrar algo que yo creo es universal. Aunque para muchos quizá sea una sorpresa, veo a mi pintura más como una composición abstracta, algo que aprendí desde el taller de Ana a los 20, veo la trama abstracta por detrás. Para mí una pintura que funcione debería habilitarte a pasar del otro lado. Cuando te exponés a una obra de arte, estás proyectando tu mundo en la obra. Si la obra funciona, abre otra posibilidad y eso creo que es realmente lo que llamamos una experiencia estética. En mis momentos de mayor conexión me siento un canal, la obra simplemente se hace a través mío.

Contaste al principio que pintabas por placer, pero que no sabías realmente qué era ser artista. ¿Descubriste ya qué es ser artista?

Diego Gravinese: Descubrí que la pintura es una alquimia, un acto mágico y que en mi caso ser artista es habilitar a que sea posible, dejar que algo que antes no existía ahora aparezca.

MINI BIO

Diego Gravinese nació en La Plata, Buenos Aires, Argentina en 1971. Hizo un paso fugaz por la Escuela Superior Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde conoció a Leandro Erlich, y asistió durante su adolescencia al taller de la artista Ana Eckell, a quién considera su gran maestra y mayor influencia artística. Estudió Técnicas de Grabado y Expresión Tridimensional y Conocimiento de Arte en Ginebra, Suiza.

Su obra ha sido expuesta en galerís y museos de Buenos Aires, Nueva York,

Chicago, Los Angeles, París, Lisboa, Madrid, Barceloa, Praga, Porto Alegre, San

Pablo, Amsterdam, Berlín, entre otras.

Algunos de sus principales premios obtenidos son: segundo puesto en el “Premio Gunther 1997”, MNBA y en “A La Nueva Pintura 1997”, del Palais de Glace; Medalla de Oro, en el “V Premio Gunther” (1995); Mención del Jurado, del “Premio Braque” (1994); Mención del Jurado del “Premio Gunther 93”; Primer Premio a “La nueva pintura”, de la Fundación Nuevo Mundo (1993) y Primer Premio en la “Iniciacion Artista”, de la Asociación Argentina de Críticos de arte.